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domingo, 19 de septiembre de 2010

el calor del hogar

"Me quiero ir de mi casa", le dijo uno de los chicos a su maestra, alegando que tenía frío, no comía nunca y pasaba en la calle. Hoy está "calentito" en el INAU.

CATERINA NOTARGIOVANNI

La mayoría de las familias o personas dispuestas a adoptar prefiere niños pequeños. Si son recién nacidos, mucho mejor. También esperan que no tengan problemas de salud, ni conflictos emocionales o dificultades intelectuales. Tal vez porque para buena parte de los candidatos la adopción es el último recurso, al que llegan después de años de fracasos para concebir. Sus expectativas, por tanto, están puestas en transitar como madres o padres todas las etapas del desarrollo.

Aunque legítima, esta perspectiva deja con pocas posibilidades de integración familiar a muchos niños, especialmente a los mayores de seis años, los portadores de VIH o los discapacitados intelectuales. Pero además, una mirada centrada en las necesidades adultas contradice la filosofía oficial y la legislación vigente en materia de adopción, que procura garantizar los derechos de niños y adolescentes a tener una familia sin importar la edad o las facultades físicas o mentales.

En palabras de Ricardo Pérez Manrique, ministro del Tribunal de Apelaciones de Familia del Poder Judicial: "No estamos buscando niños para una familia sino una familia para un niño". O, al decir de la directora del Departamento de Adopciones del Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay (INAU), la psicóloga Beatriz Scarone: "La adopción no debe ser una respuesta para los adultos, sino que es la respuesta para los niños".

Por lo tanto, son los menores de 18 años los protagonistas de esta película. Ahora, ¿cuáles son sus expectativas? ¿Piensan en la adopción como alternativa? ¿Qué tipo de preguntas hacen y qué se les responde?

Como siempre sucede en los temas humanos, no hay datos absolutos ni respuestas correctas. Sólo retazos de historias de vida.

contexto. La legislación indica que se deben hacer todos los esfuerzos posibles para que el niño permanezca en su familia de origen y que nunca puede ser separado de ésta por motivos económicos. De haberlos, el Estado debe hacerse responsable de apoyar a las familias. La institucionalización debería ser, por tanto, la última opción. Cuando esto no es posible -porque la familia plantea que no puede hacerse cargo, porque no lo explicita así pero no responde a las necesidades del pequeño, o porque existen situaciones graves de maltrato, negligencia o abuso sexual- entran en acción los equipos de INAU, que realizan un abordaje integral de la situación del niño, tratando de armar la historia personal con el apoyo de educadores, médicos, asistentes sociales, maestros y psicólogos. Con dichos informes un juez decide si se procede a la internación en un hogar, en una casa de acogida o si se inicia el proceso de separación de la familia biológica, lo que habilita al INAU a seleccionar una familia inscripta en el Registro Único de Aspirantes. Allí figuran aquellos adultos que ya fueron evaluados en cuanto a su idoneidad para ser padres.

En la actualidad, son los menores de seis años los que más posibilidades tienen de encontrar una familia. Esto es así porque en general los aspirantes desean niños pequeños. Para los mayores de siete, adolescentes o pequeños con enfermedades, son muy pocas las familias o personas interesadas.

INAU no aportó cifras sobre la cantidad de niños en condición de ser integrados a una familia, pero sí de las adopciones concretadas en 2009: el 100%, 67 casos, correspondió a pequeños de entre 0 y 7 años. Los niños y adolescentes que hoy duermen en hogares de tiempo completo asciende a 480, pero no todos quieren o son "adoptables".

Quienes se inscriban en el INAU sin poner condiciones de edad o estado de salud tendrán prioridad, explica Scarone. Eso no significa que se saltearán las etapas de evaluación. "En los casos de los pequeñitos portadores de VIH o con algún tipo de handicap se profundiza incluso más porque hay situaciones de vida en las que no puede haber un fallo más", señala Scarone.

Las expectativas de los niños institucionalizados son diferentes de acuerdo a la edad. Cuando son pequeños suelen preguntarse por qué nadie los visita o plantean las ganas de tener una familia. "Nuestra premisa es siempre la verdad. En ese sentido vamos respondiendo de acuerdo a la autonomía y el grado de entendimiento del chico que pregunta. Pero jamás negamos su historia", explica Mónica Nicolazzi, asistente social y directora de la División Protección Integral a la Infancia y Adolescencia de INAU. "A los que están pidiendo les decimos que estamos buscando la posibilidad de que tengan una casita. Y si por alguna razón eso no sucede, también se lo explicamos", agrega.

A medida que pasan los años y que los niños se adaptan a la realidad de un hogar, la posibilidad de una adopción se aleja de las expectativas. "Hay niños para quienes la adopción no es la respuesta. Sí el vivir en familia, pero no la adopción. Porque quieren sus orígenes y respetan su historia", explica Scarone. Algunos incluso la rechazan de plano (ver servicio). En estos casos, el temor a que algo salga mal subyace en el discurso. "A medida que uno madura empieza a sentir miedo, tenemos otra perspectiva de las cosas y nos damos cuenta de los riesgos", ilustra Pérez Manrique.

Es lógico: en un contexto de historias de abandono la desconfianza es una manera de cuidarse.

Adolescentes. Leo, José, Gabriel, Camila y Jorge están internados por diferentes circunstancias. "Me separé de mi madre antes de cumplir un año porque nací cuando ella tenía 15 años y no se podía hacer cargo mío. Me llevaron con mi abuela materna, después con la paterna, después con mi padre y él me derivó al INAU", cuenta quien llegó con cinco años a un hogar.

"Vivía con mi padre y mis abuelos, pero él se iba con mujeres y nos dejaba toda la noche llorando de hambre. Tenía desnutrición crónica y estuve por morir en el Pereira Rossell. Ahí me adoptaron mis abuelos. Me quedé con ellos hasta que murieron; tenía 14 años. Ahí me fui con un tío, tuve problemas y me internaron", relata otro. Los inconvenientes, dice, tuvieron que ver con el hecho de que su tío lo usaba de "niñero" de sus hijos.

"Yo salía a pedir monedas en la puerta de un supermercado para llevarle comida a mi hermana (son 18 hermanos en total). Un día, ella quería tomar leche y pidió azúcar, que había, pero mi madre no le quiso dar. Entonces me enojé, salí, pedí monedas y le compré un kilo de azúcar. A los días le dije a mi maestra: `Yo me quiero ir de mi casa, quiero ir a un hogar`. Pasaba frío, no comía nunca, hacía 11 años que estaba en la calle y como conocía a otros niños que estaban en hogares y pasaban bien, pedí para venir", relata un tercero.

"Creo que al año de nacer en Rivera murió mi padre. Vinimos con mi madre a Montevideo y ella se reconcilió con un hombre. Ta`, vivíamos bien hasta que un día se pelearon. Después pasaba mal con mi madre, ella siempre se iba y nos dejaba solos (son cuatro hermanos)", explica un adolescente que está internado desde los 7, aunque con un período intermedio en el que volvió a vivir con la ex pareja de su madre.

Otra de las historias tiene la lógica inversa: "Pasé de estar en una cuna de oro, por decirlo así, a no tener nada. Pasa que mis viejos se drogaban con pasta base y merca... Fue un proceso de tres años, en ese tiempo se fue todo a pique. No esperé que nadie me fuera a buscar, yo solo decidí internarme. La situación familiar era muy tensa, con mi madre no me hablaba y con mi padre nos puteábamos todo el día, dos por tres nos íbamos a las manos. Yo no quería eso para mí".

Aspirantes. Es frecuente escuchar que adoptar a un niño grande puede ser sinónimo de problemas. "La pregunta es a qué le llamamos problema. Un niño que ha debido enfrentar situaciones con su familia de origen va a acarrear dificultades emocionales que probablemente van a afectar el aprendizaje escolar, o puede llegar a desplegar determinado tipo de conductas. La pregunta es: ¿Todos tenemos las mismas capacidades de aprendizaje? ¿Cuánto se está preparado para aceptar que el niño no va a ser brillante? ¿Qué expectativas estoy poniendo en este niño como adulto?", arguye Scarone. "Además, cuanto más grande, mayor es la posibilidad del niño de reconocer qué es lo que le sucede, hacer sus cuestionamientos, plantear las cosas directamente. Y muchas veces a los adultos no nos gusta eso", agrega.

"Creo que en el fondo es un fenómeno egoísta y de los miedos que significa un paso como éste. Se parte de la base de que un niño, cuanto más pequeño, más lo vamos a poder moldear a nuestra imagen y semejanza, que es un poco la aspiración de todo padre. Sin embargo, a veces ya de muy chico uno se da cuenta que los hijos no son lo que uno pretende", dice Pérez Manrique y añade: "Que sean pequeños no es garantía de nada. Y a veces, las experiencias de estos chicos grandes, que tienen detrás de sí una historia de sufrimiento, si ha sido bien trabajada y sin ocultamientos, resulta mucho más exitosa porque se incorpora a la familia una persona con cierta capacidad de diálogo".

Para el INAU, la idea es acortar la brecha entre las expectativas que tienen los adultos y las situaciones reales de los niños que necesitan una familia. Si tienen éxito, habrá más hogares disponibles para los niños enfermos o mayores de siete años.

Abandono y adopción
Mónica Nicolazzi

Directora de la División Protección Integral a la infancia y adolescencia de INAU.

"Les explicamos que no todas las separaciones de los padres son por desamor. Que a veces uno entrega un hijo, o de alguna manera se corre de su vida, por diferentes circunstancias, pero que lo puede hacer por amor".

Beatriz Scarone

Directora del departamento de adopciones de INAU.

"Para aquel que espera a la familia y no llega, es sumamente frustrante... Pero los niños no manejan la adopción como nosotros. Ellos plantean las ganas de tener mamá o papá. No entienden la adopción, hay que explicarles de qué se trata".

Los niños tienen la última palabra
Una vez agotados los esfuerzos para que el niño permanezca en su familia de origen y elaborados todos los informes técnicos sobre su situación psíquica y social, un juez puede decidir que el INAU entregue al pequeño en régimen de "Tenencia pre adoptiva" a una de las familias inscriptas en el Registro Único de Aspirantes.

Para entonces, los aspirantes ya habrán pasado por los procesos de evaluación. De acuerdo a la situación del chico, los técnicos hacen la selección. Paralelamente, otro equipo trabaja con el niño planteándole la situación y preparándolo para el posible encuentro.

Pero antes, se comunica a los candidatos quién es y cuáles son las circunstancias de ese pequeño. Los adultos pueden rechazarlo, pero deben hacerlo antes de conocerlo personalmente. Si a pesar de la preparación previa no hay empatía entre ellos en el encuentro cara a cara, no se sigue adelante con el proceso.

"Esto no es habitual. Eso nos asegura que hemos seleccionado bien a la familia. Pero puede suceder. Si es algo que podemos ajustar y generar un cambio, perfecto. Si no, nosotros mismos somos los que estamos planteando la situación. El niño siempre va a ser respetado en sus deseos", explica Scarone.

Son 450 las familias inscriptas en las diferentes etapas del proceso, número que sigue siendo superior a la cantidad de niños que se adoptan. De ese "desfasaje" resultan los cuatro años promedio que se demora en adoptar, dice Scarone.

1 comentario:

  1. LA SCARONE Y SU "EQUIPO DE EVALUADORES" (8 PARA TODO EL PAIS), OMNIPOTENTES Y OMNISAPIENTES, DESTRATAN A LOS ASPIRTANTES A ADOPTAR EN FORMA DESCARADA A PUERTAS CERRADAS Y SON UN OPROVIO PARA LA PROFESION DE ´PSICÓLOGO Y ASISTENTE SOCIAL. NO TIENEN QUE RENDIR CUENTAS, PRETENDEN TENER LA VERDAD ABSOLUTA, Y SON UNA VERGUENZA PARA UNA DEMOCRÁCIA. DESDE SU POSICION DE PLODER TOMAN ACTITUDES INADMISIBLES.
    MI TOTAL REPUDIO A ESTAS INCALIFICABLES.
    QUE DEN LA CARA. HIPOCRITAS.

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