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martes, 15 de febrero de 2011

discriminación de todos


En Casavalle, un barrio más pobre que violento, jóvenes "cansados de que los caguen a palos" atacan a la policía.

Entre denuncias de abuso de poder por parte de la Policía y grupos de jóvenes que buscan revancha por mano propia, el estigmatizado barrio Casavalle en Montevideo refleja las consecuencias del mal relacionamiento entre los uniformados y la sociedad civil.

Como bolsa de papas
Una de las mayores preocupaciones de la barriada es cómo cambió la relación de las fuerzas de seguridad con el resto de los vecinos y no sólo con los violentos. En su recorrida por Padre Cacho, la diaria habló con Verónica, una mujer que vivió el año pasado un inusual episodio.
“Estaba mi sobrino sentado en la plaza y vinieron unos coraceros y le dijeron que se fuera para casa porque si no le iban a dar palo. Entonces vino y se sentó en la esquina. Ahí lo agarraron y le dieron. Vino a casa, me comentó y yo salí con mi celular a sacarle fotos a la matrícula de su camioneta. Eran dos. Ni bien me vieron, uno me agarró de un brazo, me dio contra el piso y ya no me dejó mover más. ¡Yo tenía a mi mamá con demencia senil acá y mi nena de siete años sola! Le pedí por favor que me dejara y no me dejaba. Me puso una mano para atrás, me dio contra el pedregullo y me tiraron para arriba de la camioneta como una bolsa de papas. Me moretearon toda con la fuerza que me agarraron”, relató.
Verónica fue trasladada a la Seccional 17ª. Cuando su hijo, de 16 años, se enteró, fue con un amigo a pedir explicaciones y “también los empujaron, los dieron contra el piso y los metieron para el calabozo”. A él lo soltaron a las 8.00, pero “a mí me llevaron hasta el juzgado porque pusieron que era desacato lo que había hecho. Estuve dos días en la 17 yendo y viniendo”.
Después del juzgado, la llevaron a la 17 y la liberaron sin darle explicaciones. Con el deseo que tenía de llegar a su casa, ella tampoco preguntó.
“La Policía no viene a dialogar, viene a mandar. Justifico que anden en la calle pero no que salgan a dar palo a cualquier gurí, a cualquier mujer que quiera defender a su sobrino”, dijo.
Verónica tenía problemas de columna y, según contó, luego de este episodio empeoraron.

Casavalle no es el barrio que aparece en los informativos de la televisión. En sus angostas calles de tierra no se escuchan las tenebrosas melodías típicas de crónica roja ni hay sospechosos en cada esquina ni vecinas con lágrimas en los ojos. No. Cuando Casavalle amanece los niños van a la escuela y los adultos a trabajar, y cuando el sol se esconde, los gurises se reúnen en las plazas a jugar a la pelota y los mayores salen a la vereda a tomar el fresco.

Casavalle tampoco es un barrio que sea reconocido por sus índices de prosperidad económica, ni por los de empleo o educación. El 62% de los 24.950 hogares que conforman Cuenca de Casavalle -que incluye parte de los barrios Manga, Piedras Blancas, Las Acacias y Peñarol- está por debajo de la línea de pobreza, mientras que en Montevideo lo está 30% de la población.

Según estimaciones del Ministerio de Desarrollo Social (Mides) de 2010, en esa zona conviven unas 40.000 personas, siendo uno de los barrios de la capital con más densidad de habitantes, de los cuales 10% se encuentra en situación de desempleo.

Las cifras son elocuentes: en los hogares de Casavalle hay en promedio dos trabajadores, al igual que en el resto del departamento, pero sin embargo éstos perciben la mitad de ingresos per cápita; y en cuatro de cada cinco de los hogares el nivel de educación es calificado como bajo.

Pero pobreza no equivale a delincuencia, tal como se destaca en el sitio www.casavalledigital.com a base de datos del Ministerio del Interior de 2006. Pese a sus frecuentes apariciones en las crónicas policiales, las seccionales que cubren el área registran un tercio menos de denuncias por lesiones y homicidios que en Santiago Vázquez; la distancia en los casos de violaciones es mayor: Casavalle tiene la quinta parte de los casos denunciados en relación con ese barrio.

De todas formas, las fuentes consultadas por la diaria coincidieron en afirmar que resta mucho por hacer y en que la situación, en ciertas zonas, desmejora.

¡Basta de represión!
El Día Internacional de los Derechos Humanos, 10 de diciembre, en un espectáculo en el Teatro de Verano, el colectivo Contra la Pared otra vez repartió volantes que decían: “Hoy los DDHH no se cumplen. La Policía se confunde: su función es luchar contra la inseguridad, NO CREARLA. […] Vecinos y vecinas de Casavalle sufren cotidianamente la represión y los abusos de poder. BASTA DE REPRESIÓN!!! BASTA DE IMPUNIDAD!!!”.

Días antes de que la diaria visitara Padre Cacho, un pequeño barrio obrero ubicado a la altura de San Martín y Bertani -muy cerca de Barrio Borro y Marconi- se había producido un grave enfrentamiento entre un puñado de jóvenes y la Policía (ver recuadro “Que se vayan”). El hecho, según comentaron los vecinos, no fue aislado, pero reflejó la creciente mala relación entre los uniformados que trabajan en la zona y sus habitantes.

La visita sería guiada por uno de los referentes del colectivo. Por su contacto cercano con Padre Cacho, ellos son conocedores de la realidad que allí se vive a diario y cuentan con el apoyo de gran parte de la barriada. Por temor a sufrir represalias, prefirieron mantener el anonimato.

Impulsados por situaciones de violencia como la sufrida por Verónica en 2010 (ver recuadro “Como bolsa de papas”), crearon hace tres meses esta agrupación “con la idea de hacer visibles las cosas que sucedían en Casavalle”, especialmente en Padre Cacho y aledaños.

La primera medida fue organizar a los gurises interesados en sumarse para salir a hacer “pintadas” y repartir los volantes que denunciaran la situación.

Que se vayan
El viernes 14 de enero Padre Cacho fue escenario de un durísimo enfrentamiento entre un numeroso grupo de jóvenes y la Policía. Días antes, y como una medida para demostrar su disconformidad con los uniformados, este grupo compuesto por mayores y menores de edad había pintado y apedreado la comisaría móvil 5, una garita ubicada a pocos metros de una de las entradas al barrio. Ese viernes la prendieron fuego. La quema alcanzó especialmente al baño químico para uso del personal y no hubo heridos de gravedad.
La respuesta policial no tardó en llegar. Según contaron a la diaria dos de los jóvenes que participaron en el enfrentamiento, llegaron en cuatro camionetas oficiales “a los tiros”. Para escudarse y frenar el avance de esas camionetas, los jóvenes ubicaron en medio de la calle una vieja cachila y respondieron con bombas molotov.
El sábado siguiente hubo otro choque similar, aunque “un poco más tranquilo”, según comentaron.
Dos jóvenes de 17 y 18 años relataron a la diaria cómo creen que ha cambiado la relación con la Policía en los últimos tiempos: “En Marconi no nos juntamos porque está en zona roja y nos sacan rajando los botones, entonces vienen gurises de todos lados. Somos como 25. Y desde hace un tiempo que los botones caen al barrio a molestar y tiran piedras y todo. No hay diálogo, vienen a agarrarnos y ya empiezan a dar palo. Nos dicen ‘¡Contra la pared!’, y si no les hacés caso te cagan a piñas. O sea, si no te vas rajando caés adentro. Últimamente estamos dando pelea, está todo quemado el baño ése. Nosotros nos fuimos rajando. Vimos que agarraron a uno que fuma pipa en la calle y lo picaron a palos. ¿Solución? Sacar la garita para otro lado. Que se vaya, que explote”.

Desde el colectivo se intenta convencer a los gurises de no responder a la violencia con más violencia. “La mayoría de ellos son divinos, piensan de todo para el barrio. El otro día Padre Cacho se convirtió en Camboya. A mí no me parecen los mecanismos de protesta, prefiero la vía pacífica: pintar, hacer una marcha o algo así. Pero, no sé, yo capaz que también lo haría si estuviese en la misma situación. La Policía acá marca la inseguridad, la violencia, la represión. Los gurises están cansados de que los caguen a palos”, sostuvo una de las integrantes del colectivo.

El guía narró a la diaria una experiencia que días antes le había tocado vivir en la plaza que funciona como punto de encuentro para el barrio. “Hace poco yo casi marcho, estaba en la placita hamacándome y aparecieron de golpe los botones y atacaron para mí. No podés hablarles, y la gente cada vez aguanta menos. Si yo vengo un día y te pateo todo, vengo otro día y lo hago de vuelta, llega un día que no aguantás más. Yo quiero defenderme bien, con inteligencia. Pero el tema es que los gurises tampoco quieren mostrarles miedo, ¿sacás? Por eso les tiran bombas, para que vean que hay gente en el barrio que no se come nada”, comentó.

Una tercera participante del movimiento barrial explicó que se intentó denunciar esta situación mediante cartas al Ministerio del Interior; pero no obtuvieron respuesta. “Si el chiquilín se manda una macana, o si no se la manda, se lo llevan igual. No digo que la Policía tenga toda la culpa, es compartida, pero me parece que a veces no colabora a que el vínculo con la gente sea mejor”.

“Somos seres humanos”
Consultado sobre la represión excesiva de la que hablan los vecinos de Padre Cacho, el oficial Richard Ferreira, de la Seccional 8ª -cuya jurisdicción termina a menos de dos kilómetros del barrio-, dijo: “Sí, es cierto, no te lo puedo negar porque lo observo todos los días. Observando la conducta de mis compañeros he logrado evaluar que cuando van a determinadas zonas ya van dispuestos a la represión”.

El oficial añadió que muchas veces pasa a la inversa: el policía va dispuesto al diálogo y termina apedreado por los jóvenes del barrio, e indicó que la zona “se ha puesto complicada, se ha acentuado la violencia”.

“Te voy a dar una respuesta no sólo como policía sino como persona”, dijo Estela Segovia, una policía comunitaria de la zona con 37 años de experiencia. “Sí noto represión excesiva a veces. Hay más violencia”. Segovia enumeró que la falta de recursos, la falta de personal, la obligación de actuar en situaciones límite, la presión, la adrenalina y la mala paga son algunos de los problemas que dificultan el desempeño normal de las funciones del policía. Y en estos barrios, a esas problemáticas hay que sumarles la difícil accesibilidad geográfica y el turbio relacionamiento con parte de los vecinos.

Esteban Bálsamo, comisario de la Seccional 17ª -que comprende Padre Cacho-, reconoció que a veces trabajar bajo presión “lleva al policía a equivocarse. Somos seres humanos”.

Por su parte, el subcomisario Gustavo Corrales, que se desempeñó hasta hace un año en la Seccional 17ª y que ahora lo hace en la vecina Seccional 12ª, sostuvo que a veces “se emplean demasiados medios para el fin que se persigue”, y reiteró el concepto ya manejado por Bálsamo: “A veces el factor humano es el que falla”.

Hay dos problemas que Corrales y Bálsamo identifican en Padre Cacho. Uno de ellos es la droga: “Las generaciones más nuevas empezaron a perderse en el mundo del consumo de pasta base, y eso deriva en otro tipo de conductas delictivas”, opinó Corrales. El otro es la disposición violenta de algunas personas, Bálsamo ejemplificó: “La otra vez fue un patrullero y entraron a caer piedras de todos lados. Así es complicado. Usted está prestando un servicio para quienes hasta repudian un poco el uniforme”.

Posibles caminos
Tanto Ferreira como Corrales destacaron la educación como una solución a largo plazo. Atacar el problema de raíz para cambiar la visión de las generaciones que vienen puede rendir frutos, aunque saben que hoy las urgencias son otras. El diálogo entre la Policía y la sociedad civil es cada vez menor y para cambiarlo -en esto no hay dos opiniones- el Estado, la gente y los uniformados deberán trabajar en conjunto para que afloren los puntos de contacto entre sí. Muchas de las fuentes consultadas -desde los integrantes del colectivo hasta policías- distinguieron el rol cumplido por Corrales y Segovia, dos tipos de profesionales distintos aunque con un estilo en común: el de policía comunitario.

“Tenemos un serio inconveniente con las generaciones nuevas de policías porque tienen una formación cultural distinta a esta que se está extinguiendo. Soy un convencido de que la solución o el cambio en materia de seguridad pública pasa por insertar la acción policial directamente en los barrios. La policía comunitaria ha dado buenos resultados”, destacó Corrales, poniendo énfasis en la necesidad de potenciar un mecanismo que en los últimos 15 años se ha buscado instaurar por varias administraciones, aunque con resultados dispares.

Segovia, por su parte, comentó: “A veces se elige a nuevo personal que no está fuerte desde el punto de vista psicológico, ves que hay tremendos baches”, consideró. Sin embargo, el subdirector nacional de Policía, inspector Raúl Perdomo, sostuvo que los mandos medios y superiores no están convencidos de que es una herramienta eficaz para generar la confianza necesaria. Pero según Ferreira, “si no viene una orden vertical de la Jefatura o del ministerio las cosas no van a cambiar”.

Otro matiz fue el que aportó el subcomisario de la Seccional 18ª, Rilo Márquez. Aunque está de acuerdo en los beneficios que tendría un acercamiento de la Policía con la población, cree que esto no debería diferenciarse entre los agentes comunitarios y el resto: “Lamentablemente nuestra institución, y algunos policías en especial, creen que sólo los comunitarios son los que se acercan. No estoy de acuerdo. Y creo que la sociedad también debe abrirse a nuestro acercamiento para llegar a ese buen relacionamiento”.

Visión municipal
Consultada sobre la situación de Casavalle, la alcaldesa del Municipio D, Sandra Nedov, señaló que ya había recibido versiones de vecinos preocupados y de chiquilines que fueron reprimidos sin razón aparente. Al igual que varios de los actores sociales de la zona, la alcaldesa comparte la visión de que las mesas de convivencia ayudan al acercamiento y derriban barreras construidas durante muchos años.

“Si dejamos que esto sea el punto de partida de una distancia cada vez mayor, después va a ser más difícil de recomponer. Capaz que otros podemos colaborar en ese sentido. Sé que a veces hay cosas que suceden y hay gente que queda marcada y no tiene confianza, pero creo que éste es el camino. Tenemos que trabajar todos los días para cambiarlo. Hay que insistir. Creo que fácil no es. Imposible, tampoco”, concluyó.

Una reflexión final similar fue la que aportó el subcomisario Corrales: “Estamos en el umbral. Éste es el tiempo de cambiar las conductas de acción y de hacer algo positivo para empezar a revertir esta situación. Mañana ya será tarde”.

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