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domingo, 3 de abril de 2011
combativo
A las puertas de Brega, los rebeldes libios avanzan con prudencia, dudan, se paran. No saben dónde están las fuerzas del coronel Muamar Gadafi. De pronto, se oyen detonaciones y empiezan a retroceder en desorden.
Desde hace una semana, los dos bandos se enfrentan por el control de esta ciudad petrolera del este de Libia, a 190 km de Bengasi. El domingo por la mañana, los insurgentes parecían haber ganado terreno, apoderándose del inmenso campus de la Universidad del Petróleo, a la entrada este de la localidad.
Jóvenes rebeldes destruían con barras de hierro un panel publicitario en el que las tropas de Gadafi habían escrito, con pintura verde, "Dios, Muamar, Libia y nada más".
Salahedin Atia, con ropa de combate y barba canosa pese a sus 33 años, llega, según dice, del frente con sus hombres en dos todoterrenos.
"Hemos entrado en la ciudad", cuenta. "Los hombres de Gadafi retroceden, se dirigen hacia la puerta Este, no sabemos exactamente dónde. No son muchos. Pero algunos todavía siguen luchando en algunos barrios y nos disparan".
De repente, llegan varios coches civiles sonando el claxon y con las luces intermitentes. Hacen amago de dar media vuelta, uno de los pasajeros simula un revolver con el dedo índice y el pulgar. "¡Disparan! ¡Disparan! ¡Váyanse!".
Acto seguido, van desapareciendo como una bandada de pájaros. Los rebeldes armados y los civiles que los acompañan se abalanzan sobre los coches y se alejan varios kilómetros por carretera.
En el arcén, Abdulkader Menefi, de 39 años, muestra un impacto de bala en el maletero de su Opel. "Estábamos en Brega, pero siguen disparando, con Kalashnikov. Nuestros chicos van a acabar con ellos, seguro que sí", comenta convencido.
Más lejos de la ciudad, un militar que dice ser "coronel" de la rebelión pero se niega a ser citado por su nombre, llega, con escolta, para recogerse unos minutos frente a la fosa común en la que fueron enterrados, la víspera, los nueve combatientes muertos por un error de la aviación de la OTAN, que destruyó su convoy.
"La situación es buena, estamos a las puertas de Brega", asegura. "El ejército del dictador se repliega, nos haremos con el control de la ciudad dentro de poco".
La gran tumba colectiva fue cavada en la arena y delimitada con piedras. A modo de lápida, pusieron una caja de municiones, dos cañones de ametralladoras ennegrecidas, un extintor y un sombrero medio quemado.
Cuando se queda a solas frente a la fosa, un joven vestido de paisano dispara al aire una larga ráfaga con su Kalashnikov.
A media mañana, como la víspera, entran en acción los lanzacohetes, que proyectan largas salvas de detonaciones sordas hacia el horizonte. Por temor a los disparos de represalia, los rebeldes cierran la única carretera costera y hacen retroceder varios kilómetros a los periodistas, las camionetas de comida y todos los combatientes equipados con armas ligeras.
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