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jueves, 28 de octubre de 2010

el adis al TA NERVIOSO NESTOR KIRCHNER 1950-2010


Nunca ganó una elección nacional y nunca dejó el poder desde que se encaramó en él. Podrán decirse muchas cosas de Néstor Kirchner, pero no que le faltó genio para construir un imperio político desde las ruinas.

En 2003 le ganó Carlos Menem y en 2009 lo superó Francisco de Narváez. El kirchnerismo ganó las elecciones de 2005 y de 2007, pero él no fue candidato en ninguno de esos comicios.

El desierto del que venía lo obligó, tal vez, a una vida excepcional. Todo giraba en torno de él, bajo su presidencia o cuando la jefatura del Estado la ejercía su esposa. Su estilo de gobierno convertía a los ministros en meros conserjes sin decisión propia. Desde que se aferró al poder, fue, al mismo tiempo, gobernador de cualquier provincia, intendente de cualquier municipio del conurbano, ministro de Economía, jefe de los servicios de inteligencia, ministro de Obras Públicas y de Defensa, canciller y productor ejecutivo de los programas televisivos que lo adulaban. "Así, enloquecerá la administración o terminará con su vida", colegía, premonitor, uno de los ministros a los que echó pocos años después de llegar al gobierno.

Fue, también, más que eso. Hasta marzo de este año, cuando cambió la relación de fuerzas parlamentaria, ejerció de hecho la titularidad del Poder Ejecutivo y del Legislativo, fue el jefe fáctico de los bloques oficialistas de senadores y diputados y titular de las dos cámaras del Congreso. De alguna manera, se hizo al mismo tiempo de la dirección de una porción no menor del Poder Judicial, con la excepción de la Corte Suprema de Justicia. Siempre cargaba bajo el brazo una carpeta con la información última sobre la marcha del Estado; esos datos no eran certeros y, muchas veces, sobresalían más por el error que por el acierto. Su objetivo no era la verdad, sino colocarla a ésta en la dirección en que estaba su sillón.

"Quiero dejar la presidencia, caminar por la calle y que la gente me salude con un "buen día, doctor", solía decir cuando conversaba con frecuencia con periodistas que lo criticaban. Entonces era presidente. Cerraba ese diálogo y abría otro con sus habituales lugartenientes. "Mátenlo", les ordenaba; les pedía, así, que incendiaran en público a algún adversario o a algún kirchnerista desleal para sus duros conceptos de la fidelidad. Nunca podrá saberse si aquel era un combate entre el deseo y el carácter, en el que siempre perdía el anhelo, o si el deseo era sólo una expresión fingida ante los oídos de un interlocutor diferente.

"Mátenlo", era una palabra que usaba frecuentemente para ordenar los castigos públicos. Era el propio Kirchner el que elegía quién diría qué cosa de quién. Los amigos se convertían en enemigos con la rapidez fulminante de un rayo. Nada les debía a sus ex colaboradores, que habían dejado en el camino partes importantes de su vida para servirlo. Sus afectos estaban reducidos al pequeño núcleo de su familia, a la que realmente quiso con devoción, más allá de las discusiones y discordias con su esposa. "La familia es lo único que la política no destruye", repetía el viejo destructor de vínculos afectivos.

Sabía aprovechar con maestría la debilidad del otro para caerle con la fuerza de un martillo. El caso más emblemático es el de George W. Bush. Conoció a Bush cuando era un líder muy popular en su país, insistió con que quería acercarse a él, lo visitó en la Casa Blanca y lo tranquilizó diciéndole que era no izquierdista, sino peronista. Ese romance duró hasta la cumbre de Mar del Plata en 2005, cuando Kirchner vapuleó imprevistamente a un Bush pasmado por la sorpresa. ¿Qué había pasado? La fatídica guerra de Irak había convertido en jirones la popularidad del presidente norteamericano.

"No es popular estar cerca de él en estos momentos", explicó luego con el pragmatismo desenfadado del que hacía gala. La popularidad del otro era el índice de su simpatía. Por eso, nunca rompió con el colombiano Álvaro Uribe, de quien, además, solía hablar bien. Uribe se fue del gobierno con el 75% de aceptación popular. Todo eso ocurrió en un tiempo en el que Kirchner pintó el país del color de la Patagonia: el mundo fue siempre muy lejano e impenetrable para él.

CARÁCTER Y ALIANZAS. Ambivalente, como un príncipe del oportunismo, Kirchner nunca terminó de comprender al conjunto de la sociedad argentina. Nunca recibía a nadie cuando andaba en sus tiempos de broncas desmedidas. Sin embargo, era un anfitrión cordial, un político clásico, cuando ingresaba en los períodos de conciliación. Eso sí: la información que le trasladaba a un periodista, por ejemplo, no siempre era confiable. Tomaba cualquier informe de los servicios de inteligencia hasta para averiguar sobre lo que sucedía en el dormitorio de sus enemigos. Y hablaba de esas noticias como si fueran esenciales para definir la política.

Una vez habló por teléfono con la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú para pedirle disculpas porque había borrado la legendaria Conadep de un discurso suyo. Magdalena, sincera y frontal como es, le reprochó que se dejara llevar por la versión del pasado que le daba Hebe de Bonafini. "Es cierto que es muy sectaria, pero yo la tengo cerca sólo para contenerla", le respondió el entonces presidente.

Así flotaba, entre una orilla y la otra, durante su mandato presidencial. Luego se quedó definitivamente con Bonafini, con Luis D`Elía, con Hugo Moyano y con Carlos Kunkel. Esas alianzas demostraron, más que cualquier otra cosa, no sólo el talante del ex presidente muerto, sino también su desconocimiento de la sensibilidad profunda de la sociedad argentina. Esas figuras integran la lista de las personas más rechazas por una inmensa mayoría social.

Compartía con ellos cierto gusto por la arbitrariedad. Al inventarse un pasado personal que no existió, debió también acomodar un presente que tampoco era suyo. Convirtió la revisión del pasado en un tema omnipresente, en una divisoria de aguas, en una herramienta para la construcción de su política cotidiana. Ese era un tema que reunía las condiciones épicas que más le agradaban. No le importaba si tenía que mezclar historias artificiales con personajes imaginarios.

LAS derrotas. Otro Kirchner, más implacable y menos amigable, apareció después de la crisis con el campo y del fracaso electoral de junio de 2009. No aceptó ninguna de las dos derrotas. Era un político que nunca había conocido la derrota y decidió, con envidiable voluntarismo, que no la conocería. Los culpables no eran sus políticas erradas o los argentinos que votaron por candidatos opositores, sino los medios periodísticos independientes que se habían volcado hacia sus adversarios sociales y políticos. Emprendió una batalla para él decisiva contra esos medios (sobre todo, contra Clarín) y contra los periodistas independientes. No se tomó un día de descanso en esa guerra, como él mismo la llamaba, ni concedió tregua alguna. En esos menesteres bélicos lo encontró el estupor de la muerte.

Fue un presidente y un líder político que conocía los manuales básicos de la economía. Era una condición excepcional desde Arturo Frondizi. Sabía, en algún lugar secreto de su inconsciente, que la inflación y el crecimiento pueden coexistir durante un tiempo, pero no todo el tiempo. Sabía algo peor: ninguna receta antiinflacionaria carece de algunas medidas impopulares. No quería tomarlas. Su popularidad y la de su esposa, la Presidenta, no pasaban por un buen momento como para correr esos riesgos. Esa lucha entre el conocimiento y la conveniencia lo maltrató durante sus últimos meses.

Tenía últimamente, dicen los que lo oían, una desilusionada percepción de las cosas, que jamás la llevaba a las palabras. Empezó a zigzaguear con un objetivo claro: él y su esposa nunca serían derrotados por el voto de los argentinos. Debía, por lo tanto, comenzar la escritura del día después, la de una epopeya culminada abruptamente por la maquinación de la "corporación mediática", por el sector rural, por el empresariado y por todo lo que expresara un pensamiento distinto del suyo. Todo eso ya era, no obstante, una fascinante reliquia de un mundo abolido.

Cinco días antes de su muerte, en la noche avanzada del viernes último, su encuestador histórico y más eficiente, lo llamó desesperado a un importante dirigente filokirchnerista. Acababa de concluir una encuesta nacional (el trabajo de campo se hizo antes del crimen del joven Mariano Ferreyra) y él había hecho un ejercicio: duplicó la intención de votos de los Kirchner en el interior de la provincia de Buenos Aires, en la Capital, en Santa Fe y en Córdoba. Aún con tanta fantasía, el resultado no superaba el tercio de los votos nacionales que el kirchnerismo sacó en las elecciones perdidosas de 2009. "Esto está terminado", concluyó el encuestador. ¿Había alguna posibilidad de cambiar el curso de las cosas?, averiguó el interlocutor. "Ninguna, hermano. Esto está terminado", le repitió el conocido analista de opinión pública.

Una vida sin poder no era vida para Néstor Kirchner. Por eso, quizás, su vida y su poder se apagaron dramáticamente enlazados. El final del poder era, para Kirchner, el final de la vida. O de una forma de vivir tal como él la concibió.

Liderazgo surgido de la crisis
1987-1991

Intendente de Río Gallegos. Fue el inicio de su carrera política, luego de desempeñarse como titular de la caja de pensiones provincial. Su mujer, Cristina Fernández, asumió también en esa época como legisladora de la provincia de Santa Cruz.

1991-2003

Gobernador de Santa Cruz. La figura de Kirchner adquirió relevancia nacional cuando su provincia pudo sortear los efectos de la crisis económica gracias a que había girado a bancos de Suiza varios millones de dólares por el cobro de regalías tras la privatización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF). Ello evitó que los fondos quedaran bajo el "corralito" financiero impuesto a fines de 2001.

2003-2007

Presidente de Argentina. Fue electo en las elecciones presidenciales de abril de 2003, como el candidato del entonces mandatario Eduardo Duhalde, que asumió tras la huida de De La Rúa y la crisis económica. El peronismo presentó tres candidatos en esos comicios: Kirchner y los ex presidentes Menem y Rodríguez Saá. Néstor ganó luego de que Menem renunciara al balotaje.

2009-2013

Diputado por Buenos Aires. El 10 de diciembre de 2007 traspasó el poder a su esposa, que había vencido en las elecciones de octubre. Mientras él fue elegido diputado y nombrado líder del PJ, Cristina Fernández comenzaba a sufrir el desgaste del gobierno.

2010

Asumió como Secretario General de la Unasur. Pese a su falta de tacto para la diplomacia, fue elegido secretario de la Unasur, luego de establecer un fuerte eje de poder en alianza con Lula y Chávez.

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